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viernes 29 de marzo de 2024 San Luis Potosí, México
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Cientos de personas abarrotaron anoche el funeral de Viviana Vázquez Gutiérrez, desaparecida el pasado viernes y hallada sin vida dos días después. El recuerdo de su vida fue el único paliativo a la indignación y el dolor de su pérdida.

No sería atrevido afirmar que cada uno de los presentes esa noche en que el frío era un cuchillo que entraba sin delicadeza por la piel tenía un souvenir suyo. Pero ninguno podía zafarse de la desesperanza, ni entender que ese ataúd blanco, rodeado de rosas, crisantemos y jazmines atrapara la belleza en la misma forma en que una jaula mantiene cautiva a un ave silvestre.

Así que, la única manera de desafiar el sufrimiento, la única forma de liberarla de su trágico destino era recomponer a Vivi, traerla a la vida a través de recuerdos.

Anoche, la casa funeraria estaba repleta de personas que resentían algo más que la baja temperatura de una noche de noviembre. La amplia sala velatoria y el extenso pasillo principal parecían un jardín colmado de estatuas. Eran cientos de personas de rostros congelados, desconsolados por la ausencia de su carismática presencia.

Sin embargo, cada uno de los asistentes al funeral traía consigo un átomo suyo. Sus padres, hermanos, amigos, compañeros de trabajo, colocaron las partículas en la gélida atmósfera del lugar y entonces, aunque sea por una brevedad, ella apareció y los rostros comenzaron a descongelarse…

Viviana Vázquez Gutiérrez era una joven de 24 años egresada de la Facultad de Contaduría y Administración de la UASLP que orgullosamente se ganaba la vida como contadora de un corporativo situado en las calles de Amado Nervo y Muñoz.

Justo en estos días había comenzado su trámite de titulación y estaba a punto de darle el “sí” a su novio, que ya tenía el anillo de compromiso para colocárselo este 15 de diciembre en su delgadito dedo anular izquierdo, cuya vena amoris conecta directamente con el corazón. Pero el átomo más importante de Vivi -como le decía su gente querida- puesto anoche en el aire fue el de su carácter sonriente y trabajador.

Vivi nació el 11 de junio de 1992. Era la mayor de cuatro hermanos y la primera en obtener un título universitario. Era el orgullo de la familia puesto que su madre biológica no había estudiado hasta ese nivel y de su padre poco se sabe pues abandonó a la familia cuando Vivi era pequeña. “Mi sobrina se crío de una manera distinta a las familias tradicionales».

Ella fue criada por sus abuelos, a quienes siempre los vio como sus padres porque mi hermana tenía 15 años cuando la tuvo, Vivi y yo éramos como hermanos porque teníamos casi la misma edad”, relata su tío Juan de Dios Vázquez.

Carismática, atractiva, blanca como la luna que anoche se dignó en asomarse y atestiguar cómo sus seres queridos la reconstruían, Vivi era una chica de mucha energía que repartía detalles y consejos a todo mundo. Detalles que con el tiempo se convierten en tatuajes del alma y consejos de una madurez impropia de su juventud. Le encantaba bailar cumbias y música texana, por lo que se unió a una congregación de baile de las que realizan exhibiciones gratuitas en bailes y eventos sociales.

Desde el Sauzalito, Viviana se trasladaba a su Facultad y a los trabajos temporales que tuvo para ganarse la vida y no ser una carga para sus padres-abuelos. Se daba tiempo para todo, procuraba a sus amistades, estudiaba y era experta en matemáticas al grado que sus compañeros de la prepa Francisco Martínez de la Vega siempre la asediaban en la víspera de exámenes para que les enseñara cómo resolver fórmulas y ecuaciones. Le encantaba tomarse fotos y encargarse de ser siempre el ejemplo de sus hermanos menores. Tenía un inagotable instinto maternal con el que curaba las heridas de amor de sus compañeras de colegio. “Yo le pintaba sus uñas, la maquillaba porque estudio eso, era muy bonita…”, embargada por la tristeza, rompe la frase su hermana Mercedes…

Anoche fue 15 de noviembre, Vivi y Mario Alberto Gaitán cumplirían 5 de meses de novios. El joven, un año menor que ella, de oficio panadero y bailador por vocación, conoció a la chica justo el día de su cumpleaños, hace 6 meses. Asistió a una comida que los padres de Vivi ofrecieron en su honor y ella se quedó colgada a sus ojos de gato. Se hicieron amigos y al mes, una noche de cine de terror ella le dio el “sí”.

“Nos unía la ausencia de padre, platicábamos de eso, íbamos a los bailes y era de cuidado porque bailaba toda la noche, hace poco hablamos de casarnos y hasta fuimos a medirle su dedo, ya no le pude dar el anillo”, cuenta Mario, en cuyo pecho cuelga el anillo de plata sin destinatario.

Otras fechas especiales se aproximaban en la vida de Vivi. El próximo 28 de noviembre, Leticia, su madre biológica cumple años. A pesar de que no vivían juntas, Vivi era la primera de la familia en felicitarla y decirle cuánto la amaba. Apenas hace dos meses Vivi bautizó a su “picioso”. Antes de su noviazgo con Mario, a sus 18 la joven estudiante se hizo novia de un compañero de estudios con quien procreó a Azahel, quien nació a principios de este año, pero la relación terminó y ella se hizo cargo del niño, otorgándole sus apellidos y su amor de padre y madre.

Viví lucía radiante con su vestido azul con negro y sus extensiones de pelo azabache la mañana en que bautizó a su niño: le decía “picioso” por una secuela de su problema de lenguaje cuando niña. Anoche, mientras el quinto misterio del Rosario era pronunciado, ajena al dolor y a la tristeza, la criaturita jugueteaba en un privado junto al velatorio.

“Hace 24 años Dios nos dio un regalo muy hermoso que nos dio felicidad, tristeza y alegrías. Luchamos cada día porque ella lograra un buen porvenir y ser una gran mujer, una gran madre que nos deja un regalo a toda la familia: un hijo hermoso que es viva imagen de nuestra querida hija”, dijo su padre-abuelo Sergio Vázquez García, ex diputado local.

No sería atrevido afirmar que cada uno de los presentes esa noche en que el frío era un cuchillo que penetraba sin delicadeza por la piel pudo verla de nuevo. Vivi estaba allí, descongelando estatuas con su infinita presencia, suplicándoles que no lloraran por ella, que volverían a verla, en el momento indicado.

familiares y amigos dan el ultimo adios a Viviana

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