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viernes 29 de marzo de 2024 San Luis Potosí, México
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Autor: Juan Carlos Gutiérrez Enríquez

 

– Los juegos del santuario fueron el sitio de recreo de multigeneraciones.

– Luego de 35 años, el establecimiento cerrará sus puertas en 2020.

 

En otra acostumbrada tarde silenciosa, Miguel cambia con algo de esfuerzo el balero de la rueda de un mini tráiler que se niega a rodar con soltura. Concentrado en su labor, el hombre ignora el ruido del papaloteo de una lámina oxidada en la parte trasera, donde el predio se convierte en un cementerio de juegos mecánicos a punto de chatarra.
No siempre fue así. Hace 35 años, los “juegos del Santuario” eran la principal atracción de las familias potosinas. Entre semana, después del rosario o los domingos por la tarde al terminar la misa de las siete, las familias acudían a este lugar para entretener a sus hijos en los caballitos, las naves espaciales o en el trabant para los más audaces.
Las luces de los juegos mecánicos y las series de focos que atravesaban de poste a poste bajo la noche le daban un aire cálido y festivo al lugar impregnado con olor a palomitas y cumbias del momento. Los carritos chocones -traídos desde Italia, como para hacer sentir a sus pilotos miembros de la F1-, los caballitos indomables de aluminio hechos en Puebla y los mini trailers con grandes llantas de goma estaban pintados con todas las tonalidades para desbordar la alegría de los niños.
El negocio de los juegos mecánicos lo empezó el padre de Miguel, pero no de manera fija, sino itinerante. “Mi papá iba de feria en feria por el país, representaba a una compañía de juegos de Puebla y tramitaba los permisos y los lugares para instalarse en cada ciudad, luego inició su propio negocio (un puesto de aventar aros) y años después mandó hacer su primer juego mecánico”, explica el hombre moreno de 80 años, pero macizo como un roble.
Para 1984, los padres de Miguel ya se habían establecido en esta ciudad y en un lote a orillas de la Diagonal Sur, sobre la Avenida Juárez, fundaron Atracciones Azteca, aunque la gente siempre les llamó “los juegos del Santuario”. En ese entonces, el padre de Miguel era apoyado por sus cuatro hijos y 13 empleados que daban mantenimiento a los juegos, cobraban las subidas a cada atracción y limpiaban el lugar luego de cada noche veraniega de luces y alegría.
Hoy todo es diferente. Aunque aún abre sus puertas los fines de semana, este lugar ha cruzado el umbral del olvido. Las naves espaciales ya casi no surcan el espacio, ya no hay novios besándose en lo alto de la rueda de la fortuna y los caballitos del carrusel parecen extraviar su mirada más allá de la malla que los separa del presente. “El año que entra vamos a cerrar este lugar”, sentencia Miguel con un tono de cansancio.
Como todo negocio que empieza con el máximo esfuerzo y la mínima ganancia, y que luego alcanza la cima para descender lentamente hacia la muerte, los juegos del santuario tienen sus días contados. El día de mañana, sus naves y caballitos serán rematados y surcarán otros cielos o cabalgarán tierras de algún pueblito distante, y en su lugar se edificará un edificio de departamentos que borre de tajo los recuerdos de nuestra infancia en ese colorido y bullicioso lugar.
Uno a uno, los foquitos se van fundiendo. Sin embargo, en todos estos años, los juegos del Santuario fueron como nuestro pequeño “Disney”, sí.

 

 

 

Autor: Juan Carlos Gutiérrez Enríquez

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