Es indudable que el lenguaje implica la máxima adquisición cultural que hasta este momento ha logrado el hombre conquistar y con ello ha mostrado la máxima creatividad poseedora de implicaciones socio neurológicas de gran significado, pues de su cerebro emerge la palabra con ese complejo de neuro transmisores, realidad científica que constituye quizá
una de las máximas hazañas emprendidas por el ser humano, en la vida, ya que el acto de aprender a leer y a escribir significa tanto en la vida que de
manera penosa y con gran dificultad emprendemos ese camino desde la infancia y en el que todos experimentamos con algunas vivencias mortificantes y otras agradables, pero que felizmente se llega a la adquisición de esta maravillosa creación y que, con frecuencia se echa al olvido.
Comenta Martín Alonso: “Nacemos analfabetos, aprendemos a leer y a escribir, nos convertimos en alfabetos, no practicamos la lectura y la escritura, somos nuevamente analfabetos”.
En un país como México, donde no se lee o se lee escasísimamente, y efectivamente hacemos un gran sacrificio el que implica leer las palabras para asomarnos a la vida social con el propósito de dar derechura a nuestra conducta humana y crear a cada instante nuestra argumentación jurídica, misma que habrá de sostener esa impecable forma para apropiarse de la realidad mediante las ideas y los juicios y así robustecer nuestro pensamiento.
El gran escritor argentino, Jorge Luis Borges, expresaba al respecto de la lectura: “nuestra vida habrá de ser y debe ser una vida más entregada a la lectura que, a vivir”, dicho de otra manera: debemos proponernos hacer que nuestro discurso tenga en la voz de nuestros alumnos el más grande y fiel aliciente y acicate para abrevar constantemente en los libros y desprender de ellos la cultura necesaria para poder enfrentarse al nuevo sistema que está por hacer su arribo o ya se encuentra dentro de la problemática de juicios orales y dar solución pronta y expedita a la inminente teoría de la nueva forma procesal, que significa una gran apertura que nos llevará hacia la verdad jurídica.
Si nosotros sabemos bien que jamás llegaremos a comprender la extensión que implica cada palabra en el lenguaje en cuanto a su disertación escrita, habremos de considerar a partir de esto, que los factores esenciales en cuanto a la oralidad en el arte de bien hablar presentarán menos dificultad por el dominio relativo del lenguaje en su forma escrita; y no debemos caer y confundir que la oratoria nos indica lo preceptivo, pues es Leitmotiv¹ y la elocuencia que no es otra cosa que el oropel del estilo, lo cual es susceptible de ser perceptible y perfectible en el lenguaje oral.
La palabra elocuencia proviene del verbo latino: eloquor: que significa claridad, sencillez, naturalidad y concisión, y en este instante entendemos este argumento como el arte de persuadir: Platón ya lo afirmaba: “la razón apasionada”, esto quiere decir al afirmar de la elocuencia, que significa el arte de bien hablar a las pasiones; y es aquí donde nos acordamos de la Grecia clásica en el siglo V a. C. y hacemos remembranza cuando hacía su aparición el divino Demóstenes al dirigirse y ascender al Ágora del pueblo, y al emprender su disertación arrastraba con los sentimientos de todo el escenario de la polis que lo escuchaba.
Una anécdota dice que tres Maestros de retórica se acercaron al gran orador griego al instante de terminar su disertación y le preguntaron: “Maestro: ¿Cuál es el factor más importante que debe poseer un orador que se precie de tener el arte de bien hablar?” a lo que de inmediato el orador contestó: “buena voz con su técnica adecuada”, el segundo maestro le preguntó: “y ¿qué más aparte de eso?” , a lo que el divino Demóstenes dijo: “la voz” y el tercero le preguntó: y “¿aparte de la voz que otro factor determinante?”, a lo que el gran maestro nuevamente dijo: “la voz”. Si nuestros alumnos son conscientes de su práctica en oratoria, no pasará mucho tiempo en que su voz adquirirá una gran habilidad a la vez que una peculiar en el arte y dominio de la disertación oral.
La historia de la elocuencia es rica en ejemplos y nos muestra a San Agustín que afirmaba: “la elocuencia es: Convencer de la verdad”. La gran maestra que es la elocuencia que nos dice desde su inicio en el periodo temprano que tales virtudes en el hablar no fueron perfectas, sino que estas aptitudes y facultades fueron mejorando con el estudio y la práctica perseverante y no dudamos que les haga alcanzar la meta deseada, porque pretender ser orador sin antes haber tenido una práctica a ese logro es sencillamente aspirar al encuentro con el fracaso; por eso debemos ser muy conscientes del arte de bien hablar que la oratoria y esto equivale a considerar una perfección, pues va encaminada con un sentido holístico profundo para sus vidas en la profesión
jurídica, en la vida de cada persona debemos ser conscientes, ya que todo este bagaje de conocimiento tiene para su acceso esa vía angosta que no debe importarnos, pues es un camino escarpado lleno de sinuosidades y sacrificio donde no debe sentir temor el orador por los avatares de no encontrar la vía ancha y regia para conseguir y tener al alcance ese sentido del estilo que es la elocuencia.