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La Lagunita, historias de vicio y perdición
De su fisonomía original solo quedan algunos vestigios, el jardín Blas Escontría y calles adyacentes porque en el gobierno de Guillermo Fonseca Álvarez (1973-1979), guiado por el espíritu de moralidad y limpieza social, se destruyeron varias manzanas para construir el Edificio de Seguridad Pública Estatal y la sede la PGJE, así se pretendió desterrar a la prostitución, cantinuchas y antros de mala muerte, vecindades y callejuelas donde se refugiaban raterillos y vagos, de esta céntrica zona de la ciudad que fue conocida como la Lagunita.

La historia de La Lagunita es tan antigua como el origen de la ciudad y el posterior establecimiento del convento carmelita en el siglo XVIII, cuya huerta (la actual Alameda) estaba bardeada y servía de refugio para pendencieros, tahúres y prostitutas, era el paso obligado de viajeros y mineros hacia Cerro de San Pedro y el puerto de Tampico.

Se le denominó La Lagunita porque las aguas de La Corriente terminaban su curso en esta zona y se creaba una pequeña laguna lamosa y hasta pestilente. Para conocer más de este sector de la ciudad tenemos el testimonio del periodista Federico Monjarás Romo, en su libro “Rostros de la ciudad”, y precisa que el historiador Alejandro Espinosa Pitman encontró un documento fechado en 1678 que aludía a la queja de señoras decentes por la proliferación de prostitutas por el rumbo de La Lagunita.

Bien decía don Federico Monjarás que los ciudades no tienen la conciencia tranquila y durante el día esta zona roja tenía un aire inofensivo y triste, pero al caer la noche —como los murciélagos salen de sus escondrijos— aparecían las prostitutas, borrachos, rateros y malvivientes; y menciona el amplio listado de cantinas y casas de citas.

Así, recuerda el célebre “Nuevo Mundo”, cantina muy concurrida y escenario frecuente de riñas campales, punto de reunión de mariachis y otros músicos, fue una especie de Plaza Garibaldi potosina. Otras cantinas, más sórdidas que ésta, fueron “La Rata Muerta” y “El Paricutín”, asegura que en ambas la bebida era pésima y cara, y por lo general los meseros alteraban las cuentas para cobrar más de lo consumido y se aparecía el Diablo, las mujerzuelas armaban enredos y los policías como espectros se colocaban en las esquinas para que nadie escapara, se desataban las riñas y los botellazos volaban por los aires. Rijosos y pacíficos terminaban en el “Charco Verde”.

Sobre la calle de Otahegui también se armaban buenas trifulcas, no solo a cuchillo limpio según rememora don Federico; y los jóvenes y viejos fumaban mariguana sin preocuparse de la ley que era burlada con descaro.

Esa calle por torcida se le conoció también como la “Calle Chueca” con casas habitadas por mujeres públicas bajo la vigilancia discreta de sus “padrotes”, ellas abrían las puertas de sus cuartos iluminados a media luz, “pregonando su disponibilidad”. De las casas de citas más famosas recuerda las regenteadas por Ignacia Camarena, Celia de la Fuente, Elvira Rodríguez, Rosa Montoya, Socorro Jáuregui y Paula Aranda; de los cabarets que hicieron época menciona “La Copa Azul”, de Martín Lara; “El Foco Rojo”, de Juan Brito y el “Salón Verde”, de Francisco Páez.
De las prostitutas más bellas y populares señala a las conocidas con estos nombres seguramente “artísticos”: “Elodia”, “Lydia”, “Emma”, “Cuca la Grande” y “Cuca la Chica”, “La Gurrumina”, “La Borrada” y otras. A principios de los años 70 era muy famosa la calle Carlos Tovar, era común ver a estudiantes de secundaria “de pinta” merodeando para hacer su “primera comunión” con alguna damisela que les diera buen precio.
Esta historia del lado oscuro de la capital potosina la remata don Federico así: “Y, cuando aparecían las primeras ráfagas del nuevo día, la orgía se desvanecía. Las casas de baile cerraban sus puertas, las “mariposas” despintadas y cadavéricas, se disolvían en las brumas del amanecer y las últimas sombras de los noctámbulos, se encaminaban rumbo a su casa, con los bolsillos vacíos y el alma amarga”.
Podemos decir que el intento de Fonseca Álvarez de erradicar el vicio y la perdición de esta parte de la ciudad, fracasó, de nada sirvió que los proxenetas y lenonas con sus explotadas mujeres se reubicaran en el vecino municipio de Soledad de Graciano Sánchez, no pasaron muchos años para que La Lagunita volviera a recuperar parte de su vocación original, principalmente en el Eje Vial Ponciano Arriaga y coexistir con los edificios de Seguridad Pública y PGJE.

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