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martes 16 de abril de 2024 San Luis Potosí, México
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México ha experimentado un recrudecimiento de la violencia que ha significado un cambio substancial en su historia, transformando completamente el panorama del país desde comienzos del siglo XXI. Actualmente, grandes organizaciones criminales combaten abiertamente entre sí; se ha generalizado el uso del armamento de grueso calibre; se ha extendido el uso de tortura y exposición de cuerpos mutilados y los perfiles de las víctimas se han diversificado en un estado abierto de violencia (Rodríguez Ferreira, 2016). Así, la violencia a principios de este nuevo siglo cuenta con nuevas y distintivas características: es impredecible, cambia con el tiempo y entre regiones y sus actores son diversos y están impulsados por una amplia gama de motivos. La violencia en México se ha vuelto participativa y multipolar.

No obstante que desde el inicio del nuevo siglo se han registrado casi 300,000 homicidios,1 el punto de partida de este ola de violencia fue el año 2008.2 En efecto, el año 2007 registró la tasa nacional anual más baja de homicidios en décadas, sin embargo la violencia se incrementó exponencialmente hasta alcanzar su cúspide en 2011, con una tasa de 20 homicidios por cada 100,000 habitantes, representando un aumento estimado del 200% respecto al año 2007. Y aunque hubo una disminución aproximada del 10% entre 2012 y 2014, datos recientes indican que la tendencia ha virado nuevamente con un aumento promedio del 8.7%, y una tasa de 14 homicidios en 2015 (Heinle, Rodríguez & Shirk, 2016).

A pesar de que aún no hay datos oficiales completos para 2016, las estimaciones sugieren que la situación no ha mejorado: la tasa de homicidios asciende ya a 15, y el total—hasta noviembre—es de 18,915, representando un aumento de los 17,034 homicidios intencionales en 2015.3

En los últimos años, presumiblemente entre el 40 y 60% de los homicidios tienen alguna relación con la delincuencia organizada (Heinle, Rodríguez & Shirk, 2016). Sin embargo, la heterogeneidad de la violencia en México cuenta con actores, motivos y características particulares que varían entre épocas y regiones. Su difusión espacial, aunque generalizada, es también heterogénea—es decir, los conflictos en cada región parecen haber subsistido independientemente el uno del otro, e incluso de acciones estatales (Rodríguez Ferreira, 2016).4

No es fácil comprender la complejidad de este fenómeno. No obstante generalizada, la difusión espacial, fluctuación y heterogeneidad de la violencia no necesariamente siguen un patrón claro. Las acciones estatales a menudo contribuyen y alimentan conflictos, sin embargo muchos focos de violencia comenzaron y subsisten independientemente del Estado, precipitados por rivalidades entre grupos antagónicos, por incrementos en la delincuencia común, e incluso por fenómenos que no pueden, aún, explicarse del todo.5

A diferencia de distintos conflictos en la historia reciente de México –más relacionados con disputas políticas, ideológicas, religiosas o étnicas– que contaban con actores y motivos identificables, la violencia actual es participativa y multipolar; es decir, es perpetrada simultáneamente por grupos diferentes, por razones diferentes, y contra personas diferentes (Rodríguez Ferreira, 2016).

Un enfoque alternativo para caracterizar esta ola de violencia es la metodología de “sociedades extremadamente violentas” (extremely violent societies, EVS) –un marco descriptivo formulado por Gerlach (2006, 2010) y utilizado para entender sociedades donde múltiples grupos, incluido el estado, participan y son víctimas de violencia, debido a una amplia gama de motivos o intereses.

Rodríguez Ferreira (2016)6 examina la naturaleza participativa y multipolar de la violencia en México utilizando el enfoque EVS, considerando no sólo las características y la intensidad del conflicto, sino también los cambios en el tipo de violencia y la participación de diferentes actores y grupos a través del tiempo. Dicho enfoque vislumbra una violencia participativa ya que diferentes grupos toman parte en acciones violentas por diferentes razones y el Estado y sus operaciones no son ya predominantes. Asimismo, percibe una violencia multipolar en la medida en que los grupos involucrados se convierten simultáneamente en víctimas y perpetradores de acciones violentas; es decir, el concepto tradicional de “víctima” se torna borroso. Sin una sola narrativa sobre la violencia en México, Ferreira se refiere a una serie de “violencias” que convergen simultáneamente y considera que las políticas gubernamentales no tienen éxito al enfrentarlas y que son ineficaces para abordar sus dimensiones sociales.

Este enfoque es útil para dar sentido a la violencia en México. Por ejemplo, aunque se cree que una gran parte de la violencia está relacionada con la actividad de la delincuencia organizada, también ha habido un aumento en los homicidios intencionales no relacionados con ella.7 Esta metodología también es útil para explicar la amplia gama de víctimas, ya que la la violencia se dirige hacia varios grupos de personas, en lugar de a uno solo. Mientras que la violencia en México es frecuentemente dirigida contra presuntos miembros de organizaciones delictivas, también se ha dirigido cada vez más en contra de funcionarios públicos, periodistas, miembros de las fuerzas de seguridad e incluso ciudadanos y poblaciones vulnerables.8 A medida que numerosos actores se involucran en esta violencia, incluso la ciudadanía juega un papel, perpetuando prácticas violentas e inclusive participando directamente en ellas (Rodríguez Ferreira 2016).

Debido a que la violencia en México a menudo no sigue un patrón particular, crea un dilema tanto para académicos como para políticos que se enfrentan a la tarea de abordarla usando enfoques tradicionales. Ya que las políticas han sido en gran medida ineficaces para combatir la delincuencia y la violencia asociada –especialmente considerando datos recientes que reflejan poca o ninguna mejora en las tendencias nacionales– es esencial cuestionar el enfoque de México hacia la violencia.

No existe una narrativa que caracterice adecuadamente la violencia en México. Por el contrario, existen muchas “violencias” –a veces conectadas y a veces no– que convergen simultáneamente; por lo tanto, en lugar de aplicar soluciones generales o de corto plazo para abordar la red de violencias, el estado y la sociedad civil deben examinar cada conflicto de manera independiente y discutir las opciones políticas caso por caso, considerando los diferentes actores, las diferentes “violencias”, y sus diferentes motivos de manera independiente, pero de forma integral.

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